De Shaffer a Septién: el resurgimiento de Equus
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Por: Lorena Meeser.
Asociación Mexicana de Críticos de Teatro.
Asociación Internacional de Críticos de Teatro.

Vuelve el Clásico: Equus en la Ciudad de México en el Teatro Milán
Un grito de dolor, el relincho de un caballo y el eco de una mente fragmentada. Así arranca la nueva puesta en escena de Equus, dirigida con maestría por Miguel Septién en la Ciudad de México. Una obra que, a más de cinco décadas de su estreno mundial en 1973, conserva intacta su capacidad de reflexionar, incomodar, conmover y confrontarnos con nuestras propias sombras.
El dramaturgo inglés Peter Shaffer, también autor de la monumental Amadeus, escribió en Equus un texto que va más allá del mero thriller psicológico. La pregunta inicial —¿por qué un adolescente ciega brutalmente a seis caballos?— se transforma pronto en un viaje filosófico hacia lo más profundo del deseo, la represión, la fe y la fragilidad humana. Shaffer coloca al espectador frente a un abismo: el de nuestra civilización domesticada y la pasión salvaje que intentamos ocultar bajo la máscara de lo normal.

En esta versión mexicana, Miguel Septién logra algo notable: respetar la esencia turbadora del texto y, al mismo tiempo, darle un pulso contemporáneo. Su dirección es precisa, sin concesiones, con una puesta en escena que equilibra lo simbólico y lo visceral. Septién construye un espacio donde la tensión nunca se disipa, donde los silencios pesan tanto como los gritos, y donde el espectador no encuentra escapatoria posible. Es un trabajo de dirección que confirma su lugar como una de las voces más potentes y arriesgadas del teatro actual en México.

El elenco responde con fuerza a esta visión. José María de Tavira ofrece un Martin Dysart memorable: un psiquiatra atrapado entre la racionalidad profesional y la devastadora constatación de su propia mediocridad vital. De Tavira se desarma ante nosotros, mostrando un hombre que envidia la desbordada pasión del joven Alan incluso en su forma más oscura. Emilio Schoning, como Alan Strang, es un hallazgo: su interpretación transmite vulnerabilidad y furia, fe y locura, en un equilibrio frágil que mantiene al público en vilo. La química entre ambos es eléctrica, y de ella depende gran parte del magnetismo de la obra.

El reparto se completa con interpretaciones sólidas de Flor Benítez, Héctor Berzunza, Humberto Mont y Luz Olvera, quienes aportan matices que enriquecen un universo marcado por la tensión entre la religión, el erotismo y el instinto.
La memoria teatral mexicana recuerda con reverencia montajes anteriores de Equus: la célebre versión de 1983 dirigida por Enrique Gómez Badillo con Jaime Garza, o aquella donde José Gálvez asumió el papel del psiquiatra.

Esta nueva producción se inscribe con dignidad en esa tradición, actualizando la potencia del texto sin traicionar su crudeza original.
Pero hay algo más que convierte a esta propuesta en una experiencia teatral de gran calado: la manera en que la puesta en escena se atreve a desnudar la contradicción humana sin suavizarla para el espectador contemporáneo. Septién rehúye la tentación del efectismo visual y confía en la palabra, en el gesto y en el ritmo como armas primordiales. Lo hace con inteligencia: el escenario se convierte en un confesionario incómodo donde nadie queda indemne. La violencia, el erotismo y la fe en Equus no son adornos, son la materia misma de un ritual teatral que sacude al público desde lo más íntimo.
En un momento donde gran parte de la cartelera se inclina hacia la comedia ligera o el entretenimiento de consumo rápido, Equus aparece como un acto de resistencia artística. Es un recordatorio de que el teatro sigue teniendo la fuerza de confrontar, de provocar preguntas que no admiten respuestas fáciles. La obra habla de la libertad del deseo, de la represión social, de los límites de la razón, y sobre todo, de ese vacío existencial que Shaffer diagnosticó en Dysart y que aún resuena en el espectador contemporáneo.

Equus no es una obra cómoda ni pretende serlo. Es un viaje de confrontación, perturbador y profundamente humano. La dirección de Miguel Septién y las actuaciones de un elenco entregado hacen de esta puesta en escena un acontecimiento teatral que no debe pasarse por alto. Porque, como nos recuerda Shaffer, el verdadero peligro no está en la locura apasionada de Alan, sino en la vida anestesiada y conformista que llamamos cordura.
El trabajo de Miguel Septién en Equus confirma su madurez como director y su capacidad para enfrentar textos de enorme complejidad. Formado en las artes escénicas con una visión contemporánea, Septién ha consolidado una trayectoria en la que destaca su rigor estético y su valentía para abordar temáticas fuertes con inteligencia y sensibilidad. Su nombre se ha asociado a montajes que buscan trascender lo meramente escénico para convertirse en experiencias reflexivas y conmovedoras. En Equus, logra un equilibrio preciso entre lo simbólico y lo visceral, evitando el efectismo y confiando en la fuerza del texto, los actores y el espacio como elementos esenciales del ritual teatral. Con esta puesta en escena, Septién reafirma su lugar como una de las voces más reconocidas y estimulantes del teatro contemporáneo en México.
No se la pierdan: Equus es teatro en su estado más visceral.

Equus: el viaje a la oscuridad del alma
La obra Equus, escrita en 1973 por el aclamado dramaturgo inglés Peter Shaffer, es mucho más que un drama psicológico: es un espejo que refleja nuestras contradicciones más íntimas. A través del caso del joven Alan Strang, de 17 años, que ciega brutalmente a seis caballos, Shaffer nos arrastra a un thriller existencial donde el psiquiatra Martin Dysart se convierte no solo en investigador de una mente fragmentada, sino también en víctima de su propia vida vacía y rutinaria.
La narrativa es perturbadora y poética a la vez: Alan, obsesionado con los caballos a los que idolatra como deidades, proyecta en ellos su fe, su deseo y su rebeldía contra el mundo. Su Equus es un dios inventado, pero al mismo tiempo feroz y verdadero. Frente a él, Dysart encarna la frialdad de la “cordura social”, y la pregunta que atraviesa la obra se vuelve demoledora: ¿qué es peor, vivir atrapado en la normalidad anestesiada o abrazar una pasión que, aunque peligrosa, da sentido a la existencia?

Inspiración y origen
Shaffer concibió Equus a partir de una noticia que leyó en la prensa británica: un joven que había cegado a varios caballos sin motivo aparente. Más que el hecho en sí, lo fascinó el vacío de explicaciones. En esa ausencia, el dramaturgo vio un terreno fértil para imaginar las motivaciones profundas: fanatismo religioso, pulsión erótica, adoración y sacrificio. La obra nace, pues, de un misterio real, transformado en un ritual teatral que explora el deseo y la represión con una fuerza que incomoda y seduce a la vez.

Su éxito en escena
West End (Londres, 1973). Equus debutó en el National Theatre con un éxito inmediato de crítica y público. El montaje sorprendió por su audacia estética: actores que encarnaban a los caballos, máscaras metálicas, movimientos coreografiados que convertían el escenario en un establo ritualizado. La obra fue un suceso cultural que marcó un antes y un después en la dramaturgia contemporánea.
Broadway (Nueva York, 1974). Apenas un año después, el éxito se replicó en Broadway. Con un elenco de primer nivel —el papel del Dr. Dysart fue interpretado en distintas temporadas por figuras como Anthony Hopkins y Richard Burton— la obra alcanzó la categoría de clásico moderno. Se mantuvo en cartelera durante 1,209 funciones, consolidándose como uno de los mayores hitos teatrales de la década.
México. Se estrenó en 1976 bajo la dirección de Enrique Gómez Badillo. El papel del psiquiatra, el Dr. Dysart, fue interpretado por Carlos Ancira y por José Gálvez. Jaime Garza fue el primer Alan Strang, y Tina Romero participó en el papel de la joven Jill y Ariadna Welter y Carmen Molina.
En 1983, la obra regresó a los escenarios al Teatro Helénico. En el año 2000 Roberto Sosa y Mauricio Ochmann se alternaron en el papel de Alan Strang.

Equus en el cine
En 1977, el director Sidney Lumet llevó Equus a la pantalla grande. La película respetó la esencia teatral de la obra, apostando por la intensidad actoral más que por el artificio visual. Richard Burton repitió su icónico papel como Dysart, mientras que Peter Firth, quien había interpretado a Alan Strang en el montaje original, encarnó de nuevo al atormentado adolescente. El filme fue aclamado y obtuvo tres nominaciones al Óscar, incluyendo Mejor Actor para Burton y Mejor Actor de Reparto para Firth, además de afianzar la leyenda de Equus como una de las piezas más poderosas del siglo XX.

Un clásico incómodo y necesario
Cincuenta años después de su estreno, Equus sigue siendo una obra que sacude al espectador moderno. Su vigencia radica en que no ofrece respuestas fáciles: nos confronta con la represión del deseo, el peso de la religión, el vacío de la rutina y la tensión entre lo civilizado y lo salvaje. Shaffer no solo escribió una tragedia moderna, escribió un ritual escénico que nos recuerda que el teatro, cuando es verdadero, nunca es cómodo: es visceral, perturbador y profundamente humano.
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