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La economía sueca: un modelo de crecimiento, competitividad y bienestar social


© Ola Ericson / imagebank.sweden.se

La economía de Suecia es la 33ª mayor del mundo. El país alcanzó un patrón de vida envidiable, bajo un sistema mixto de capitalismo y beneficios sociales, además de su pacifismo y neutralidad durante todo el siglo XX. Suecia tiene un moderno sistema de distribución de renta, un excelente sistema de telecomunicaciones interno y con el extranjero, además de una mano de obra muy calificada.

Su economía está basada en la competitividad industrial y en una firme apuesta por la calidad de vida. Los indicadores macroeconómicos no dejan lugar a duda, Suecia está entre los diez países con mayor renta per cápita, es el segundo país en cuanto a penetración de nuevas tecnologías (Internet) y el octavo con más médicos en activo por habitante. Es uno de los tres países con mayor esperanza de vida del mundo, solamente superado por Islandia y Noruega.

Principales sectores económicos

La agricultura representa 1.3% del PIB y emplea a menos del 2% de la población activa. Las principales producciones agrícolas son cereales, productos lácteos, carne, madera y patatas. La producción agrícola sueca permite casi por completo la autosuficiencia alimenticia del país. El país posee una gran riqueza de recursos naturales: bosques, hierro, plomo, cobre, zinc y energía hidroeléctrica.

El sector de la industria aporta algo más de un cuarto del PIB y emplea a casi un quinto de la población activa. Entre las principales empresas se encuentran Volvo, Saab, Ericsson, ABB, AstraZeneca, Electrolux, IKEA y H&M.

Además, ha tomado auge la industria química y, dentro de este sector, la farmacéutica con compañías como Astray Pharmacia & Upjohn. Los productos farmaceúticos comprenden el 5% de las exportaciones suecas. Por otro lado, no podemos dejar de hablar de IKEA, el gran referente mundial en lo que se refiere al sector mueblero.

Las principales actividades de producción suecas son el procesamiento de madera, el papel, el equipamiento electrónico, el procesamiento industrial de alimentos, los productos farmacéuticos, etc. Los nuevos sectores de la tecnología y la biotecnología tienen una importancia significativa en la economía.

El sector terciario emplea a cerca de 80% de la población activa y representa más de 73% del PIB, impulsado por las telecomunicaciones y el equipamiento informático.

La fuerza laboral, ésta suma 5.2 millones de personas, de las cuales el 47.4% son mujeres, la tasa más alta de participación de mujeres en el mercado laboral de todos los países miembros de la OCDE.

La economía de Suecia tiene un alto índice de productividad y depende, en gran medida, del comercio internacional. Las exportaciones corresponden aproximadamente al 50% del Producto Interno Bruto.

Suecia exporta principalmente a Europa Occidental, más de la mitad de los productos que vende al exterior tienen como destino la Unión Europea y Noruega, así como el mercado de los países nórdicos.

Suecia está posicionada entre las 10 economías más competitivas del orbe, de acuerdo con el Índice de Competitividad Global de 2016. El Índice de Libertad Económica 2017, del Heritage Foundation, le asigna el puesto 19 de 180 países, muy cerca de Estados Unidos (17) y mejor posicionada que Corea del Sur (23) o Alemania (26), lo que demuestra su alto grado de apertura comercial, gran eficiencia regulatoria y una altamente valorada seguridad jurídica.

En el “Doing Business”, publicación insigne del Banco Mundial para medir qué tanto las regulaciones favorecen o no la actividad empresarial, Suecia destaca en el lugar 10 de 190 países. Asimismo, el Índice de Desarrollo Humano, en su informe de 2016, revela que este país se encuentra entre los más altos, ubicándose en la posición número 15. El Índice de Percepción de la Corrupción en su más reciente publicación posicionó a este país entre las cinco naciones con menor percepción de corrupción.

La moneda sueca es la corona sueca. Suecia es uno de los países que no se incorporaron al euro desde su puesta en circulación en 2002. La clase política prefirió no participar en la moneda única desde el principio y los ciudadanos rechazaron unirse a él en el referéndum organizado en el año 2003.

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