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Análisis general del mascotismo moderno

  • visionempresarial
  • Aug 7
  • 6 min read

Updated: Nov 13

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A favor del mascotismo moderno

En contra del mascotismo moderno

Relación humano-animal

Ví­nculo emocional profundo que puede fomentar la empatía, el apego seguro y el sentido de responsabilidad.

La relación ha degenerado en una caricatura: animales tratados como humanos, negando su naturaleza animal.

Humanización del perro

Puede interpretarse como una forma de amor y cuidado, brindando atención, seguridad y pertenencia.

Infantilización excesiva: se les viste, se les pasea en carriolas, se les da nombre ridículo, convirtiéndolos en peluches vivientes.

Necesidades emocionales del dueño

Los animales ayudan a combatir la soledad, ansiedad y depresión, ofreciendo apoyo emocional genuino.

Usar animales como sustitutos de ví­nculos humanos es narcisista; son herramientas de terapia emocional, no compañeros respetados.

Entorno y espacio de vida

Algunos prefieren perros pequeños para vivir en apartamentos; adaptan su vida al espacio urbano.

Es injusto encerrar a un animal con energía e instintos en 40 m², sin contacto con la naturaleza, sin estímulo sensorial.

Cuidado físico

Se les lleva al veterinario, se les alimenta, se les cuida más que nunca.

Se les alimenta con croquetas ultra procesadas, se les llena de perfumes y productos cosméicos innecesarios.

Comportamiento canino

Algunos buscan adiestramiento positivo y terapias conductuales para mejorar su bienestar.

Se patologiza cualquier comportamiento natural del perro: ladrar, correr, morder, olfatear, convirtiéndolos en enfermos por ser perros.

Moda y accesorios

Para algunos, la ropa y accesorios son una forma de proteger del clima o expresar cariño.

Ropa rií­cula, impermeables, lentes, carriolas y perfumes ridiculizan al animal y lo convierten en objeto decorativo.

Nombres y trato

El nombre refleja afecto o humor; tratarlos como miembros de la familia les da dignidad.

Nombres absurdos (Coco, Princesa Chanel, y lenguaje condescendiente los reduce a caricaturas de bebés eternos.

Libertad y ejercicio

Se intenta dar paseos, rutinas de juegos y socialización con otros perros.

Se pasean por asfalto tres veces al día en rutas repetitivas, sin libertad, sin explorar, sin ser perros.

Impacto en el bienestar animal

Si se hace con equilibrio, puede aumentar la longevidad y la calidad de vida del animal.

El exceso de control, encierro y manipulación puede causar frustración, ansiedad, obesidad y trastornos de conducta.

Percepción del animal

El perro es parte de la familia, un ser querido con derechos y emocion

El perro es una mascota

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Del compañero al peluche: el mascotismo moderno y la infantilización del vínculo humano-animal

Por qué tratar a tu perro como a un bebé podría no ser amor, sino una forma de egoísmo disfrazado.

Introducción

 En las ciudades modernas, el perro ha pasado de ser un aliado ancestral del hombre compañero de caza, guardián de la tribu, centinela nocturno, a una figura decorativa, un accesorio emocional, una caricatura. Se le ve en carriolas, con lentes de sol, impermeables color pastel y nombres sacados de series animadas. Lo que comenzó como una relación basada en cooperación y respeto mutuo, parece haber degenerado en una parodia del vínculo humano-animal.

 

¿Esto es evolución cultural o una manifestación de una crisis emocional profunda? Para entenderlo, abordaremos el fenómeno desde tres ángulos: filosófico, psicológico y antropológico. 

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1. Perspectiva filosófica: ¿amor o narcisismo encubierto? 

Desde una visión filosófica, vale la pena preguntarse: ¿qué es el amor hacia un ser vivo? Según pensadores como Emanuel Kant, los animales no son medios para nuestros fines; deben ser tratados como fines en sí mismos. Tratar a un perro como si fuera un bebé humano —ignorando su naturaleza, sus necesidades, su instinto animal— no es respetarlo por lo que es, sino manipularlo para lo que necesitamos que sea. 

Aquí se revela una forma de narcisismo ético: el animal no es amado como ser autónomo, sino como proyección del ego humano. La ternura se transforma en control, y el cariño en dominación disfrazada.

Simone Weil decía que amar de verdad a alguien es “prestar atención a su existencia”, no imponerle la nuestra. El mascotismo moderno, en su forma más extrema, no presta atención a la esencia del perro; la cubre con perfume, lo viste de colores y lo obliga a vivir en departamentos como si fuese un niño de juguete.

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2. Perspectiva psicológica: el perro como muleta emocional 

Desde la psicología, el auge del mascotismo responde a una creciente soledad, infantilización social y desconexión afectiva. La familia nuclear se ha fragmentado. Las relaciones son cada vez más líquidas e inestables. En este contexto, los animales no solo son compañeros, sino sustitutos emocionales. 

Tener un perro pequeño en un departamento de 40 m², llamarlo “mi bebé”, ponerle ropa de humano y llevarlo a terapia porque ladró, no refleja siempre amor sano, sino a veces una proyección emocional no resuelta. El animal se convierte en una herramienta de autorregulación afectiva: un ansiolítico con patas.

La psicología del apego también ofrece claves. Personas con estilos de apego ansioso o evitativo tienden a reemplazar vínculos humanos por relaciones simbióticas con mascotas. Se establece así una relación de dependencia emocional en la que el perro es objeto terapéutico más que ser autónomo. 

Esto no quiere decir que amar a los animales esté mal —todo lo contrario—, sino que hay una diferencia entre el amor maduro y respetuoso, y el afecto infantilizado y proyectivo.

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 3. Perspectiva antropológica: de totem a juguete de consumo

Antropológicamente, el vínculo humano-perro es milenario. En casi todas las culturas, los perros han sido guardianes, símbolos espirituales, compañeros de caza o muerte. Eran parte del clan, con un rol funcional y simbólico claro.

Hoy, en muchas ciudades hipermodernas, el rol del perro ha sido absorbido por la lógica del consumo. No son compañeros funcionales, sino objetos de estatus emocional. Tener un perro de raza pequeña, con accesorios de marca, es una forma de diferenciarse culturalmente: el animal como marcador de clase y estilo de vida.

Además, en sociedades urbanas donde la naturaleza ha sido desplazada por el cemento, el perro sufre un proceso de desnaturalización. Se le niega su esencia: correr, oler, cazar, explorar. El paseo de 15 minutos en un parque enrejado no basta para satisfacer su instinto. El animal se transforma en una versión domesticada de sí mismo, un trozo de naturaleza enjaulado en una vida humana urbana.

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¿Qué implica realmente amar a un animal?

 Amar no es vestirlo, perfumarlo, ni hablarle como a un bebé. Amar a un perro es respetar su especie, su instinto, su libertad y su dignidad como animal. Implica saber que no entiende tu neurosis, que no vino a resolver tu soledad, ni a sustituir un hijo, pareja o padre ausente.

 Si de verdad los amamos, deberíamos darles espacio, naturaleza, estimulación, límites y afecto en sus propios términos. Eso implica asumir que no son extensiones del ego humano, sino otros con una realidad distinta y digna.

 

Conclusión: devolverle al perro su dignidad

El mascotismo moderno es un fenómeno complejo. Puede ser una expresión de afecto genuino, pero también una manifestación de vacío, ansiedad y ego. La línea entre amor y dominación es delgada, y muchas veces cruzada sin darnos cuenta. 

Tratar a un perro como un peluche con funciones terapéuticas puede parecer tierno, pero es profundamente irrespetuoso. No son bebés ni muñecos: son animales, y como tales merecen respeto, libertad y una vida digna.

Devolverle al perro su animalidad es, en realidad, el acto más amoroso que podemos tener.

 

Argumentos a Favor

 1.    Filosóficamente: El mascotismo moderno puede entenderse como una forma ampliada de empatía. Tratar a los animales como miembros de la familia representa un avance moral: reconoce su valor como seres sintientes, y no simples objetos o herramientas.

2.    Psicológicamente: En un mundo cada vez más aislado y ansioso, los perros cumplen una función afectiva importantísima. Ofrecen estabilidad emocional, rutina, compañía, y una forma saludable de canalizar el afecto y la necesidad de cuidado.

3.    Antropológicamente: La domesticación siempre ha respondido a las necesidades culturales del momento. Hoy el perro ha pasado de ser un compañero de trabajo a un símbolo afectivo, y eso refleja la evolución de nuestras prioridades sociales, especialmente en contextos urbanos donde la familia tradicional y las estructuras comunitarias se han debilitado.

  

Argumentos en Contra

1.    Filosóficamente: Tratar a un perro como si fuera humano puede parecer compasivo, pero en realidad le niega su dignidad animal. La sobre-humanización no es respeto, sino una forma de manipulación basada en necesidades humanas, no en el bienestar real del animal.

2.    Psicológicamente: Cuando los animales son usados como sustitutos emocionales o muletas afectivas, existe el riesgo de proyectar conflictos internos sobre ellos. Esto puede conducir a relaciones disfuncionales, a expectativas irreales y a patologizar conductas caninas normales, confundiendo amor con control.

3.    Antropológicamente: El mascotismo moderno puede verse como una expresión más de la lógica consumista: el perro como objeto de moda, parte del estilo de vida urbano-clasemediero. Esta instrumentalización desnaturaliza su rol, lo encierra y lo decora, transformándolo en un ícono de confort en lugar de respetarlo como animal. 

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Conclusión General

El mascotismo moderno se encuentra en una tensión entre el afecto y la apropiación. Puede representar una evolución moral en nuestra relación con otras especies, si se basa en el conocimiento, el respeto por la naturaleza animal y una ética del cuidado consciente. Pero también puede degenerar en una forma sutil de egoísmo narcisista, cuando el perro se convierte en una extensión emocional del humano, sometido a condiciones que niegan su esencia. 

El desafío ético y social de hoy no es tener perros o no tenerlos, sino cómo los integramos a nuestras vidas sin distorsionar su naturaleza. No es necesario volver al perro de caza medieval ni al guardián rural, pero sí encontrar un punto de equilibrio entre el amor, la responsabilidad y el respeto por su condición animal.

Humanizar no siempre es dignificar. A veces, amar de verdad implica dejar ser.








 
 
 

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