🌍 El laberinto de 2026: Los riesgos geopolíticos que redefinirán el orden mundial
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Por: Lorena Meeser.
El año 2026 se perfila no como una simple continuación de las tendencias actuales, sino como una encrucijada crítica donde las fuerzas tectónicas del poder global (económico, tecnológico y militar) chocarán con la fragilidad del orden internacional. Los riesgos geopolíticos ya no son meras variables del entorno: son el tablero mismo sobre el que se decidirá el futuro del poder global.
La hegemonía unipolar ha dado paso a un escenario multipolar fragmentado, donde la competencia tecnológica, la rivalidad por los recursos y la erosión de la gobernanza internacional conforman una tormenta perfecta. Los analistas lo definen como el inicio de una “década de la disrupción permanente”.
A continuación, los principales focos de tensión que marcarán el rumbo del mundo en 2026.

I. La fractura China-Estados Unidos: De la guerra comercial a la guerra tecnológica
La rivalidad entre Estados Unidos y China sigue siendo el eje de la geopolítica contemporánea, pero en 2026 ese conflicto habrá trascendido los aranceles y las tarifas. Se libra, cada vez más, en los laboratorios, en los chips y en los servidores de inteligencia artificial.

La “Guerra de los Chips” y el fin de la neutralidad tecnológica
Los controles de exportación de semiconductores avanzados y equipos de litografía impuestos por Estados Unidos ya han fracturado las cadenas de suministro. China, por su parte, ha respondido restringiendo el acceso a minerales críticos como el galio y el germanio. Esta “Guerra de los Chips” no solo amenaza la industria tecnológica, sino la estructura misma del comercio global.
El resultado podría ser un mundo dividido en dos ecosistemas tecnológicos incompatibles, con estándares, redes y proveedores distintos: un “internet occidental” y un “internet sinocéntrico”.
El riesgo ya no es solo económico, sino de la creación de bloques tecnológicos mutuamente excluyentes, obligando a terceros países a tomar partido y fracturando las cadenas de suministro globales.

La carrera por la IA generativa y la supremacía cuántica
La inteligencia artificial se ha convertido en la nueva frontera de la competencia estratégica. Estados Unidos, Europa y China invierten miles de millones para alcanzar la autonomía tecnológica soberana, conscientes de que el dominio de la IA generativa y de la computación cuántica definirá las capacidades militares, financieras y cognitivas del siglo XXI.
El riesgo: La competencia geopolítica por el dominio de esta tecnología, generará un campo de batalla regulatorio y de inversión y una brecha digital, donde los países sin acceso a estas tecnologías se conviertan en dependientes de los nuevos imperios digitales.

II. Un mundo sin timón: El avance de “G-Zero”
La crisis de gobernanza global se ha profundizado. El mundo está entrando en una fase de "G-Zero", un término acuñado por Ian Bremmer para describir un mundo sin potencias dispuestas ni capaces de asumir el liderazgo, impulsar una agenda global y mantener el orden internacional.

Vacíos de poder y actores rebeldes
En ausencia de un liderazgo global cohesionado, potencias medias y actores regionales aprovechan los vacíos de poder: Irán y Turquía en Medio Oriente, India en Asia, o incluso empresas tecnológicas con agendas propias. Esto aumenta significativamente el riesgo de "accidentes peligrosos", o “errores de cálculo estratégicos” —particularmente en el Mar del Sur de China o el Báltico—.

La erosión del multilateralismo
La parálisis del Consejo de Seguridad de la ONU y el debilitamiento del sistema de cooperación global han reducido la capacidad de respuesta ante crisis humanitarias o ciberataques. Las instituciones creadas en el siglo XX ya no logran contener los problemas del XXI.

Polarización política en Estados Unidos
El panorama político interno estadounidense es un factor de riesgo en sí mismo. La polarización social, la crisis de confianza en las instituciones y la posible reconfiguración del poder tras las elecciones de 2026 podrían derivar en una política exterior errática. Una política exterior fluctuante o centrada en lo doméstico puede ser interpretada como debilidad, dándole más fuerza a sus rivales y perdiendo la confianza de sus aliados.

III. Focos regionales de alta tensión
Rusia y el conflicto congelado
Lejos de disminuir, la agresión rusa contra Ucrania podría evolucionar hacia un conflicto de desgaste prolongado, con implicaciones energéticas y de seguridad profundas para Europa. Moscú, aislada pero resiliente, utiliza la desinformación, los ciberataques y la inestabilidad como armas estratégicas para debilitar al bloque occidental.
La dependencia energética y la seguridad del flanco oriental de la OTAN seguirán siendo preocupaciones primordiales.

Medio Oriente: la mecha permanente
La región tiene varios puntos críticos. Las tensiones entre Irán e Israel, la rivalidad entre potencias del Golfo y la fragilidad institucional en países como Líbano o Yemen podrían provocar una nueva crisis energética. La ruta del estrecho de Ormuz continúa siendo el punto de mayor vulnerabilidad del sistema petrolero mundial con riesgos de interrupción en las rutas marítimas clave y el suministro de energía.

Inestabilidad en América Latina
La región se enfrenta a una creciente polarización ideológica, populismos de nueva generación, desigualdad y pérdida de legitimidad institucional que amenaza la estabilidad de democracias clave.
Países como Argentina, Colombia o Perú enfrentan un ciclo de incertidumbre, mientras México y Brasil buscan equilibrar su política exterior entre Washington, Pekín y los mercados emergentes. El riesgo de “fatiga democrática” se extiende, acompañado de un clima social volátil y un aumento de la violencia criminal transnacional.
Esto aumenta el potencial de protestas sociales masivas e inestabilidad política que pueden impactar en las cadenas de suministro y las inversiones.

IV. La dimensión invisible: ciberseguridad, energía y desinformación
El campo de batalla del siglo XXI no es solo físico. En 2026, las guerras híbridas —que combinan ciberataques, sanciones económicas, manipulación informativa y desinformación— reemplazarán cada vez más a los enfrentamientos militares convencionales.
Los ataques a infraestructuras críticas —centrales eléctricas, bancos, satélites y hospitales— se multiplicarán difuminando los límites de la responsabilidad.

Ciberataques como armas de presión geopolítica
La energía, las telecomunicaciones y los servicios financieros son los nuevos campos de batalla. Los ciberataques ya no buscan solo robar información, sino inmovilizar sistemas estratégicos para forzar decisiones políticas.
Los proveedores de servicios tecnológicos y las infraestructuras críticas (energía, telecomunicaciones, finanzas) son objetivos crecientes de ataques patrocinados por estados. Estos incidentes ya no son meras interrupciones, sino herramientas de presión geopolítica con la capacidad de paralizar sectores enteros.

La desinformación como arma masiva
La manipulación informativa a través de redes sociales y plataformas de IA generativa está alterando elecciones, debilitando gobiernos y socavando la confianza pública. En 2026, los “deepfakes” políticos y los bots generativos serán un nuevo frente de inestabilidad social.

V. El factor climático: Riesgo existencial y multiplicador de conflictos
El cambio climático ya no es un problema ambiental: es un multiplicador geopolítico. La competencia por el agua, los alimentos y los minerales críticos se agudizará conforme las temperaturas globales continúen en ascenso.
Las sequías extremas y los desplazamientos climáticos masivos amenazan con desestabilizar regiones enteras de África y Asia, generando migraciones a gran escala que pondrán a prueba la cohesión política de Europa y América. La gobernanza climática se convertirá en un tema de seguridad nacional.

VI. Empresas en el frente de batalla: La geoestrategia como imperativo
Para las corporaciones globales, el riesgo geopolítico ya no es un factor externo para la alta dirección, sino un imperativo estratégico que afecta directamente a la logística, la cadena de suministro, la gestión de talento y la planificación tecnológica. La capacidad de prosperar en 2026 dependerá de la visibilidad completa del riesgo político en todas las operaciones y de la implementación de una geoestrategia sólida que incorpore el dual-sourcing (doble aprovisionamiento), la diversificación de la producción (nearshoring o friendshoring), y la resiliencia cibernética, monitoreo político y diplomacia empresarial.
La clave será la adaptación a un mundo donde las reglas son difusas y la fuerza, en todas sus formas, vuelve a jugar un papel determinante.
En este entorno, las decisiones estratégicas ya no dependerán solo de la rentabilidad, sino del grado de exposición geopolítica. Las juntas directivas deberán actuar como consejos de seguridad, no solo financieros.

Epílogo: Un nuevo contrato global o el caos
El 2026 marcará un punto de inflexión: o las potencias logran establecer un nuevo marco de cooperación —basado en reglas adaptadas al siglo XXI— o el mundo se adentrará en una era prolongada de competencia anárquica.
La historia demuestra que los órdenes mundiales no colapsan de un día para otro, sino que se erosionan lentamente, hasta que un evento inesperado acelera el cambio. Hoy, los síntomas están a la vista: polarización, desconfianza, fragmentación.El reto será evitar que este laberinto geopolítico desemboque en un nuevo abismo.
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