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Muere la Madre Conchita Alcocer: la mujer que convirtió la fe en obra y la educación en destino

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  • 11 hours ago
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Madre Conchita Alcocer: cien años de luz, fe y pensamiento en Querétaro

Por Lorena Meeser

El 1 de diciembre de 2025, Querétaro perdió a una de sus figuras más luminosas y trascendentes: la Madre María Concepción Alcocer Montes, cariñosamente conocida por generaciones como la Madre Conchita.

Religiosa, escritora, educadora, filósofa, pensadora, académica y periodista, su vida —que llegó a los cien años— dejó una huella profunda en la historia espiritual, intelectual y cultural de la entidad.

Su muerte cierra un siglo de entrega absoluta a la fe, al conocimiento y al servicio. Su partida no solo marca el final de un capítulo; confirma el legado de una mujer que dedicó un siglo entero a pensar, enseñar, escribir y amar. Su legado, sin embargo, permanece vivo no solo en sus libros, sus alumnos, sus lectoras y lectores, sino también en todas aquellas mujeres que encontraron en ella un ejemplo de liderazgo, humildad, disciplina y amor incondicional por Dios.

Para mí, su figura es doblemente entrañable, además de tener un significado profundamente personal: la Madre Conchita fue la primera persona que entrevisté en la sección de "Personajes Queretanos" que publiqué durante más de 5 años en el periódico AM hace más de dos décadas. Esa conversación me mostró el alcance espiritual, humano e intelectual de una mujer extraordinaria.

Hoy, vuelvo a escribir sobre ella, con el honor de haberla conocido y el compromiso de rendirle el homenaje que su vida merece.

Un origen queretano y una infancia marcada por la fe y la adversidad

La Madre Conchita nació el 10 de mayo de 1925 en pleno corazón de Querétaro, en la calle Reforma No. 41, fue la tercera hija del matrimonio de Pascual Alcocer Frías y María Concepción Montes Pedraza. Su padre —químico farmacéutico, maestro, y encargado del Observatorio del Colegio Civil— murió cuando ella tenía apenas cuatro años, dejando a su joven madre al frente de cuatro hijos.

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Aquella pérdida temprana moldeó su carácter. La vida familiar era sencilla, profundamente religiosa y marcada por el compromiso cotidiano con la fe. “Vivíamos una vida cristiana, como la mayoría de las familias queretanas de mi época”, recordaba ella con emoción en nuestra entrevista. Ese ambiente, sumado a la fortaleza espiritual de su madre, definió su vocación.

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Educación, primeras inquietudes y una mente destinada al estudio

Desde niña sintió la llamada de la vocación religiosa y de misión, para ir a propagar el mensaje de amor de Cristo.

La profunda religiosidad de su familia despertó en ella su vocación.  “Es una gracia de Dios, yo vengo de una familia muy cristiana. Cuando éramos niños íbamos diario a misa, vivíamos una vida muy cristiana, que era la vida normal de los queretanos en esa época, no era una familia excepcional, así éramos todas las familias. En un principio mi mamá no estuvo de acuerdo, pero después estaba muy contenta”, comentaba emocionada.

A los 19 años, ingresó a la vida religiosa en el Colegio de las Madres Guadalupanas y posteriormente cursó una carrera comercial en la academia de señoritas del profesor Enrique Martínez y Martínez. A finales de los años cuarenta participó en la creación del periódico estudiantil ICQ, un boletín financiado con publicidad y sostenido por el entusiasmo juvenil. Allí surgió la que sería una de las grandes constantes de su vida: la palabra escrita.

Desde joven mostró una inteligencia vibrante, curiosa e incansable. A los veinte años, tras un periodo de discernimiento en el que incluso tuvo novio y pretendientes, tomó la decisión que marcaría su destino: ingresar a la vida religiosa en la Congregación de las Hijas de María Inmaculada de Guadalupe.

“La vocación auténtica es un por qué, no un para qué”, me dijo alguna vez, resumiendo la profundidad de su convicción.

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La religiosa erudita: una vida consagrada al conocimiento

Una vez dentro del convento, su itinerario académico se volvió extraordinario. Con una disciplina férrea y una mente brillante, acumuló estudios que pocos intelectuales laicos logran reunir en una vida:

Títulos profesionales y universitarios

  • Profesora de Educación Primaria

  • Contador Privado

  • Orientador (Normal Superior)

  • Licenciaturas en Teología, Filosofía y Psicología

  • Maestrías en Ciencias Sagradas e Historia

Diplomados en la UAQ

  • Ética (1999)

  • Historia del Arte de México (1998)

  • Letras Hispanoamericanas (1996)

  • Historia de Querétaro (1995)

Su sed de conocimiento la llevó a Europa. Vivió cuatro años en Roma, estudiando Ciencias Sagradas en el Instituto Pontificio Regina Mundi, afiliado a la Universidad Gregoriana, bajo el pontificado de Paulo VI, una experiencia que describía con una mezcla de gratitud y asombro.

Estudió, enseñó, investigó, escribió sin descanso. Su regla personal era firme: “Ni un solo día sin una línea.”

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Formadora de generaciones: docente por vocación y convicción

Más de 53 años de docencia la posicionaron como una de las educadoras más influyentes del estado. Enseñó desde etapas de formación religiosa —aspirantes, postulantes, novicias— hasta niveles universitarios.

Cofundadora de la Facultad de Filosofía de la UAQ

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Su aportación académica más trascendente fue la fundación de la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) en 1987, junto con su primo hermano Antonio Pérez Alcocer. Fue docente titular de Ética durante quince años y una de las voces universitarias más influyentes de finales del siglo XX.

Su pensamiento nunca se encerró en el claustro: enseñó en la Ibero, la SOGEM, organizaciones de asistencia privada, comunidades de formación cristiana y movimientos laicos.

Para ella, enseñar era un acto de fe:

“Lo que uno enseña es lo que verdaderamente sabe.”“Educar —como decía Martí— es lo máximo que puede hacer el ser humano.”

Fue cofundadora de la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) junto con su primo, Antonio Pérez Alcocer, y fue docente titular de Ética durante quince años. Participó también como catedrática en la Universidad Iberoamericana, y ofreció cursos sobre Religiones Comparadas, Cristología y Cábala Bíblica en diversas instituciones, incluida la SOGEM.

Para ella, educar no era solo un acto de transmisión, sino una forma de conversión:

“Lo que uno enseña es lo que verdaderamente sabe. Enseñar es un acto de sabiduría, una fuente permanente de aprendizaje.”
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La escritora incansable: un legado intelectual que trasciende

Su obra escrita abarca más de doce libros publicados entre 1954 y 2013, algunos en múltiples ediciones:

  • Cristología —su libro más emblemático, con más de 25,000 ejemplares vendidos—

  • Evangelización y Catequesis

  • Pedagogía de la fe para la juventud de hoy

  • Filosofía y Ética

  • Los tres Sacramentos de la Iniciación Cristiana

  • Sed de Dios (poesía)

  • Pláticas a los ciudadanos (dos tomos)

Fue columnista del periódico Noticias, Nuevo Milenio, AM y en el Diario de Querétaro, donde publicó semanalmente su célebre columna “Pláticas a los ciudadanos”, un espacio de reflexión ética, social y espiritual que influenció a miles de lectores.

Su pluma, siempre sobria, nunca fue neutral: defendía los derechos humanos, la ética pública y la dignidad de las mujeres.

Socia activa de la Asociación Mundial de Mujeres Periodistas y Escritoras (AMMPE)

Su participación en la Asociación Mundial de Mujeres Periodistas y Escritoras (AMMPE) fue un capítulo significativo en su vida intelectual. Durante los siete años en que tuve el honor de presidir la organización, ella asistió y participó de manera constante, activa y profundamente comprometida. Su presencia en AMMPE revelaba otra vertiente de su personalidad: la pensadora que dialogaba con escritoras, periodistas, académicas y creadoras culturales; la mujer capaz de moverse con naturalidad entre el ámbito religioso y los espacios públicos del pensamiento. Para todas las integrantes, su aportación fue un testimonio de vida multifacética, donde la espiritualidad, el rigor académico y la sensibilidad cultural se entrelazaban con una elegancia humana inconfundible. Su presencia fue respetada, admirada y siempre luminosa.

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Una vida espiritual absoluta: Dios como totalidad

La fe de Madre Conchita no era una afiliación: era una forma completa de existencia.

En una de nuestras conversaciones me dijo palabras que definen su espiritualidad:

“Dios no ocupa el centro; Dios es todo.Todo lo que hago, lo que pienso y lo que digo está dentro de ese ámbito absoluto.”

Oración constante, misa diaria, oficio divino, contemplación silenciosa: su vida estaba estructurada alrededor de la presencia total de Dios. Pero su fe no era rígida. Era abierta, dialogante:

“Nadie tiene el monopolio de la verdad. Hay que respetar la verdad que hay en los otros.”

Esa idea la convirtió en puente entre credos, comunidades y personas de mundos distintos.


La intelectual humanista: ética, política y pensamiento crítico

Madre Conchita nunca se mantuvo al margen de los asuntos públicos. Reflexionaba sobre democracia, pobreza, desigualdad y justicia social con una claridad poco común:

“La democracia no puede existir donde no hay justicia social.”
“La obra educativa es lo más importante que se puede realizar.”

De la política desconfiaba solo cuando se alejaba del bien común. De la religión se alejaba cuando se convertía en fanatismo.

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La mujer: amante del arte, de la belleza y de la vida cotidiana

Apasionada de las corridas de toros, el teatro, la música clásica, la ópera y el ballet. Admiraba a Goya y Velázquez. Escuchaba fascinada la voz de María Callas. Sus compositores favoritos eran Bach, Beethoven y Verdi. Admiraba a Goya y a Velásquez,  ya que consideraba que los valores estéticos eran muy importantes.

Caminaba en la Alameda, armaba rompecabezas, resolvía crucigramas y jugaba mahjong en su computadora.

Era, simplemente, una mujer que apreciaba la vida en todas sus expresiones y amaba a sus sobrinos.

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Su compromiso social: amor en acción

Para ella, el amor a Dios no tenía sentido si no avanzaba hacia el otro. Por décadas visitó las misiones fundadas por Junípero Serra, entregó despensas en comunidades serranas y acompañó a quienes buscaban orientación espiritual. Además admiraba la obra evangelizadora de Junípero Serra

Su vida fue una entrega continua a “los pobres entre los pobres”.

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Reconocimientos y legado

Su trayectoria fue reconocida con la prestigiosa Medalla Fray Junípero Serra, otorgada por el Poder Legislativo de Querétaro, y participó en más de un centenar de foros nacionales e internacionales.

Pero siempre dijo que sus mayores logros eran sus alumnos. Verlos crecer, ejercer, enseñar, transformar, era para ella la confirmación silenciosa de una vida bien vivida.

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El final de una vida luminosa

La Madre Conchita murió en paz y rodeada de la comunidad que acompañó durante décadas. Su partida deja un vacío espiritual e intelectual, pero también una riqueza inmensa para Querétaro, para la UAQ, para la Iglesia queretana, para su familia y para la cultura religiosa de México.

Su corazón —como ella decía— perteneció siempre al corazón de Dios.

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Madre Conchita Alcocer: un rostro, una voz y una herencia

Su vida entera fue un acto de coherencia: pensar, creer, enseñar y amar en la misma dirección.

Quienes la conocimos sabemos que su mirada serena, su inteligencia rigurosa, su humildad genuina y su espíritu libre quedan inscritos en la memoria viva de Querétaro.

Madre Conchita no murió: trascendió. Y su luz seguirá encendida en cada alumno, cada lectora, cada creyente y cada mujer que encuentre en ella un testimonio definitivo de fe, pensamiento y dignidad.

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Último homenaje

Hoy, Querétaro despide a una religiosa, pensadora, educadora y escritora excepcional.A una mujer que no pidió nada para sí y lo dio todo para los demás. A una figura que, por su obra, trasciende su tiempo y permanecerá.

Quienes tuvimos el privilegio de conocerla, escucharla o leerla sabemos que su paso por este mundo fue una lección constante de amor, inteligencia y humanidad.

La Madre Conchita ha partido, pero su legado —como su fe— permanece vivo.


 
 
 

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